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lunes, 13 de octubre de 2008

Lluvioso despertar

Era una lluviosa mañana de agosto, la luz de la lámpara alumbraba las páginas de mi libro en el que llevaba horas absorto escuchando como la lluvia golpeaba el suelo ahí fuera,
Mojándolo todo, despertando los sentidos adormilados por el calor del verano.
Abrí la ventana y el aire frío me golpeó en la cara, sumiéndome aun más en el mundo en el que llevaba toda la mañana metido, trayéndome los olores del campo renovado, unos olores llenos de color, un mullido verde musgo y fabulosos y delicados rojos y blancos y violetas de las mas diversas flores, respiré profundamente y dejando la ventana abierta seguí leyendo.
El sol perezoso empezó a asomarse tras la lluvia, yo llegué al último capítulo así que cerré el libro para soñar de noche con el final y salí afuera. Después de aquella lluvia que olía a vivos colores era el turno de los sonidos de los animales que se asomaban fuera de sus escondites, haciendo crujir la hierba bajo sus pequeñas patas.
Todavía entre nubes fui hacia los establos donde debía estar Martin quien nos enseñaría el jardín, desde la cascada a donde vivían los monos. Me paré en mi camino para ver si conseguía encontrar al perezoso que supuestamente rondaba por aquellos árboles y si, allí estaba, moviéndose lentamente muy seguro de donde se agarraba, no era para menos con aquellas largas y afiladas pezuñas, que lejos de parecer aterradoras garras le terminaban de dar a aquel peludo ser un aspecto de solemnidad, como si fuera muy sabio y viejo, moviéndose con determinación hacia su destino, supongo que alguna rama de la que colgarse a dormir. Quizá lo veía de esta forma porque se adaptaba a la imagen de los pobladores de la ciudad de las bestias, afortunadamente sin el mal olor.
Feliz de poder contemplar aquello seguí mi camino.



David.

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